Sí, tiene todas las características de una revolución lo que estamos viendo con el Papa Francisco. Como un río en creciente, incontenible, que arrasa con los esquemas y maneras de pensar, que irrumpe en tierras áridas y recrea paisajes y horizontes jamás explorados. Pero la fuerza que lo mueve es una fuerza plácida. Una energía serena.
¿En qué mares irá a desembocar? ¿Y de qué fuentes nace su ímpetu? La entrevista a Civiltà Cattolica hace explícito lo que estaba implícito en estos primeros seis meses. Ya de por sí densos de gestos elocuentes y palabras que dan calor a los corazones.
Es un texto, 29 páginas, para leer y disfrutar hasta la última palabra. Sin quedarse en los títulos o las síntesis de los diarios. Uno de los pasajes más interesantes es donde Francisco responde a una objeción que le hace sotto voce cierto catolicismo “militante”. De que en definitiva es poco locuaz y poco aguerrido con los “valores no negociables”. Hace algunas décadas que la Iglesia, sobre todo la Iglesia en Italia, pero no es la única, prácticamente ha convertido este tema –con los reiterados “no” al aborto, a los matrimonios gay, etc.- en el estandarte de su compromiso público en la sociedad. ¿Y cuáles fueron los resultados? Más allá de las intenciones, a la gran masa de la gente, alejada del lenguaje y de los ritos cristianos, solo le llega un mensaje negativo. Que parece aún más negativo por la impresión, distorsionada, de que la jerarquía católica le da mas importancia a algunas leyes del Estado que a las almas de las personas concretas. En fin, una Iglesia que parecía cerrar puertas y correr cerrojos.
En el mundo de los intelectuales católicos y en el establishmente eclesiástico hay muchos que no parecían sufrir esta palpable y creciente distancia entre la Iglesia y la gente, que casi teorizaban incluso que precisamente ser minoría atrincherada y aguerrida era el ideal puro de una presencia cristiana en el mundo de hoy.
Francisco piensa y razona de otro modo. Piensa y razona como misionero.
Como un hombre, como un sacerdote que ha experimentado en carne propia la belleza conmovedora de “ser mirado” por la ternura de Cristo. Como el publicano Mateo en su cuadro preferido de Caravaggio. Y entonces siente el fuerte deseo de comunicar esta experiencia a todos, también y sobre todo a los que están lejos y que muchas veces han abandonado una Iglesia que nunca conocieron con su rostro más verdadero. “No podemos seguir insistiendo solo en cuestiones referentes al aborto, al matrimonio homosexual, al uso de anticonceptivos”. Obviamente Francisco no tiene intenciones de dejar de lado la doctrina tradicional de la Iglesia en defensa de la vida y de la familia. Pero comprende que ese no es el corazón del acontecimiento cristiano, y que una insistencia legalista en los preceptos y en las leyes no será lo que permita a la Iglesia abrir una brecha en las almas.
“El anuncio misionero se concentra en lo esencial, en lo necesario, que por otra parte es lo que más apasiona y atrae, es lo que hace arder el corazón, como a los discípulos de Emaús… Tenemos por tanto que encontrar un nuevo equilibrio, porque de otra manera el edificio moral de la Iglesia corre peligro de caer como un castillo de naipes, de perder la frescura y el perfume del Evangelio. La propuesta evangélica debe ser más sencilla, más profunda e irradiante. Solo de esta propuesta surgen luego las consecuencias morales”
La novedad de Francisco en primer lugar es la novedad de una mirada. Vivimos en un mundo de heridos, dijo en Brasil. Ahora habla de la Iglesia como si fuera un hospital de campaña después de la batalla. Primero hay que curar a las personas heridas. Después se verá el resto. Y el mejor remedio, el bálsamo más eficaz para las heridas del alma, es la misericordia. Decir que el Papa “abre” a los gay, a los divorciados, a las mujeres que abortaron, es una expresión que llena de tristeza. Es tristemente política. Jesús no abrió a la adúltera. La miró de una manera distinta que los sacerdotes y personas de bien que querían lapidarla. Su mirada tuvo el poder de cambiarle la vida más que el miedo al castigo que imponía la ley de Moisés y ella sin duda no ignoraba.