“¡Esta civilización mundial se pasó de rosca!”, les dijo el Papa Francisco a los jóvenes en Río de Janeiro. El Papa volvía a lanzar uno de esos argentinismos que adquirió en sus años de acción pastoral como simple cura.
En mecánica, cuando una tuerca se ajusta más de lo debido, se rompe y empieza a girar en falso, ya no puede “agarrar” la materia, o sea, la realidad. Entonces queda “falseada”. No es difícil comprender de dónde viene esta expresión que forma parte de la manera de hablar de los argentinos y del Papa Francisco en particular: los talleres mecánicos de barrio.
Estar “pasado de rosca” también significa que alguien ha pasado el límite, que le ha dado tantas vueltas a las cosas que ya no razona, que ya no piensa con claridad y supone que la vida es ese girar sin sentido. Poco importa que la expresión se use para hablar de la droga o del alcohol, que no es demasiado diferente de abusar del poder, del dinero o de las influencias. El resultado es el mismo: ya no ve la realidad, ya no la “agarra” tal como es, la distorsiona exagerándola o la envilece mortificándola.
En Brasil el Papa Francisco estuvo centrado en el objetivo de las jornadas desde el momento mismo en que pisó el suelo de esa tierra tan querida: la juventud. Fue allí, ante los jóvenes, cuando se refirió a esa sociedad, a esa civilización mundial que “se pasó de rosca”, y en la visita al hospital de San Francisco de Río hizo una cruda pintura de la realidad: “¡Cuántos mercaderes de muerte que siguen la lógica del poder y el dinero a toda costa! La plaga del narcotráfico, que favorece la violencia y siembra dolor y muerte, requiere un acto de valor de toda la sociedad”.
Era necesario decirlo así, para que lo entendieran los jóvenes y los que ya no lo somos tanto. “¡Esta civilización mundial se pasó de rosca! (…) porque es tal el culto que ha hecho al dios dinero que estamos presenciando una filosofía y una praxis de exclusión de los dos polos de la vida que son las promesas de los pueblos”: los jóvenes y los ancianos. El párrafo quedó flotando entre la gente que llenaba la Catedral. Es que la denuncia no sacude solo a los denunciados sino a todos. De alguna manera cada uno siente el peso de su propio silencio, de la complicidad por no haber hablado, por no haber sido capaz de ese “acto de valor” que Francisco reclamaba con urgencia.
Los teóricos tratan de explicar con sus análisis que la sociedad está dividida, confundida, desintegrada, complicada, desconcertada, trastornada y miles de términos más para justificar la realidad.
Justificar el error, en vez de reconocerlo y buscar el perdón, es una patología que intenta suavizar los efectos sin necesidad de confesar el pecado. Francisco nos simplifica las cosas porque “la tiene clara”: “¡Esta civilización mundial se pasó de rosca!”.
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- EL JERGO DE FRANCISO/2. “No balconeen la vida, métanse en ella, como hizo Jesús”
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