BERGOGLIO, HEGEL y AMERICA LATINA. Notas de filosofía del cardenal Bergoglio en el margen de un libro de Amelia Podetti

La filosofa argentina Amelia Podetti, y, al lado, el libro con el prologo de Bergoglio
La filosofa argentina Amelia Podetti, y, al lado, el libro con el prologo de Bergoglio

Amelia Podetti es una figura destacada en el panorama cultural argentino de los últimos cincuenta años. Profesora de Filosofía, su actividad docente se desarrolló principalmente en la Facultad de Filosofía y Letras y en la Facultad de Derecho y Arquitectura de la Universidad de Buenos Aires, pero también dictó clases en la Universidad Nacional de La Plata y en la Universidad del Salvador. Allí es donde su camino académico se cruza con el de Bergoglio, entre 1970 y 1979 cuando éste era Provincial de los Jesuitas y canciller de la misma universidad. Amelia Podetti también dictó cursos en el Colegio Máximo de San Miguel, perteneciente a los jesuitas, que se encontraba igualmente bajo la responsabilidad directa de Bergoglio. El trabajo sobre los textos de Hegel pertenece al período de investigación y docencia en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, a su regreso de París, donde había realizado estudios de posgrado. Bergoglio manifiesta con claridad un particular aprecio por Podetti, que representa “un momento del pensamiento argentino en el que se intentó un diálogo genuino con el filósofo alemán”. En ese momento Amelia Podetti –afirma Bergoglio siendo ya cardenal- “empieza a expresar su idea de la irrupción de América Latina en la historia como el hecho fundamental de la modernidad, pues da lugar al surgimiento de la historia universal”.

   El texto del cardenal Bergoglio que presentamos tiene fecha del 20 de febrero de 2006 y se publicó en noviembre de 2007 como prólogo del “Comentario a la Introducción a la Fenomenología del Espíritu” escrito por Amelia Podetti y publicado por la casa editorial argentina Biblos en la colección de Filosofía. En él se ponen de manifiesto las convicciones del futuro Papa sobre el objetivo del “quehacer filosófico” de América Latinan, que debe ser “una cabal y creciente apropiación del pensamiento clásico, medieval y moderno, para que nuestro pensamiento pueda desplegarse con vocación universal, no solo local”. (a.m.).

Acepté con gusto la solicitud de los hermanos de Amelia Podetti de escribir unas palabras a manera de prólogo sobre este trabajo. He tenido y tengo muy presentes sus enseñanzas, que hicieron una contribución importante a la reflexión y la autoconciencia del país en un momento singular de su historia, en las décadas de 1960 y 1970. Aunque su prematura muerte nos privó seguramente de una mayor fructificación de su pensamiento, su trabajo en la cátedra universitaria, sus artículos, su participación en los ricos debates de la Argentina de esos años, alcanzaron para dejar sentadas ideas y rumbos de investigación que siguen teniendo una tremenda actualidad. En un momento en el que América Latina requiere justamente de una autoconciencia renovada, que sea capaz de asumir íntegramente su propia condición, sus particulares necesidades, para sólo desde allí producir sus nuevas y propias respuestas históricas, creo sumamente oportuno recuperar el esfuerzo de nuestros pensadores, nuestros filósofos, del mismo modo en que lo hemos venido haciendo, desde hace algunas décadas, con nuestros escritores y poetas. Quiero decir, así como dimos un gran salto en la valoración de nuestras letras, en parte impulsados desde el exterior –el famoso boom de la literatura latinoamericana–, tenemos pendiente un salto similar en relación con nuestra producción filosófica. Sería, además, el mejor homenaje a personalidades que, como la de Amelia Podetti, hicieron un apostolado del empeño en pensar desde nuestra propia y singular realidad, no en función de escuelas o categorías adoptadas, sino a partir de nuestras propias necesidades, como Juan Bautista Alberdi ya nos planteara cuando se cerraba el momento augural de la Independencia, en la década de 1830.

Un buen ejemplo de esa actitud es este trabajo, para el que asumió el desafío de ofrecer una nueva versión en castellano de un texto célebre, como lo es la Introducción a la Fenomenología del Espíritu. Célebre por el papel de esa obra en la historia de la filosofía moderna y contemporánea, y célebre por su complejidad (la Introducción a la Fenomenología del Espíritu, 12 Jorge Mario Bergoglio, S.J. ha dicho Martin Heidegger, osa realizar un salto “absoluto” al Absoluto…). Porque detrás de este particular empeño, como en el de sus traducciones de Edmund Husserl o Nicolai Hartmann, alentaba el programa de una cabal y creciente apropiación del pensamiento clásico, medieval y moderno, para que nuestro propio pensamiento pudiera desplegarse con vocación universal, no sólo local. Sería muy difícil hacer filosofía en el mundo contemporáneo salteándose a Hegel. Y Amelia Podetti formó parte de un momento del pensamiento argentino en el que se intentó un diálogo genuino con el filósofo alemán: allí descollaron sus maestros Carlos Astrada y Andrés Mercado Vera, pero hubo otros también importantes. Entiendo que un diálogo es genuino cuando las preguntas son auténticas, es decir, propias, no adoptadas; cuando nacen de una reflexión surgida de los problemas, los desafíos, las inquietudes y las esperanzas de una comunidad determinada. Los grandes problemas humanos son, sin duda, universales, y en cierto modo intemporales; pero en la conciencia del filósofo corren el riesgo de desvanecerse en formulaciones vacías, abstractas, si no pasan por el tamiz de la pura y dura realidad. Y la realidad es siempre encarnada, particular, concreta. No puede haber acceso a la universalidad sin asumir, plena e íntegramente, la encarnación. Entre los rasgos bien conocidos de los hábitos docentes de Amelia Podetti estuvo su apego a los clásicos filosóficos y su poco interés por los comentaristas. No porque no creyera en la utilidad de éstos sino por su tenaz vocación de establecer nuestro propio diálogo con la tradición filosófica.

Hoy podríamos decir: ella forma parte de quienes han contribuido a construir nuestra propia tradición en la exégesis y los comentarios de la filosofía clásica, medieval y moderna. Y naturalmente una parte significativa de ese diálogo genuino con la tradición filosófica era y es la labor de producir versiones castellanas técnicamente consistentes de esos clásicos. El texto que se edita hoy por primera vez bajo la forma de libro tuvo uso interno, por varios años, en cursos sobre Historia de la Filosofía Moderna e Historia de la Filosofía Contemporánea de los que Amelia Podetti participaba como docente. Quiso el destino que también lo propusiera como material de trabajo en uno de sus últimos cursos, en 1978, justamente de Filosofía de la Historia. Ese curso estuvo, ratificando la idea de la necesidad de hacer nuestra propia revisión de la historia de Occidente, centrado en San Agustín y en Hegel, algo así como las dos “puntas” de la filosofía de la historia en Occidente. Precisamente por ello en ese momento empieza a expresar su idea de la irrupción de América en la historia como el hecho fundamental de la modernidad, pues da lugar al surgimiento de la historia universal. Y si bien el concepto de “historia universal” fue ampliamente usado ya por Hegel, la formulación de Amelia Podetti toma distancia del filósofo alemán, así como de otras visiones europeas de la Historia, en las que pareciera que el hecho  de la “planetarización”, como ella dice, no termina de ser asumido en todas sus consecuencias históricas y filosóficas. Reitero entonces mi convicción acerca de la tan propicia oportunidad en que reaparece este trabajo de Amelia Podetti, frente a la multitud de signos que en nuestro presente ratifican la perennidad del objetivo y la esperanza de una América Latina unida y solidaria, caminando en pos de su más plena expresión cultural y civilizatoria, para ejercer sus responsabilidades históricas en plenitud, para sí misma y para el mundo. Espero que esta relectura y diálogo con un clásico de la historia de la filosofía, llevados a cabo desde esta orilla lejana de Occidente, siga dando frutos en nuestras universidades y en todos los ámbitos en los que debe reafirmarse nuestra fuerte vocación por el dominio de la filosofía. Somos por cierto herederos de una magnífica tradición al respecto, desde el momento augural en que personalidades como Alonso de Veracruz o Vasco de Quiroga en México, o José de Acosta en el Perú se animaron a pensar a América desde América y como americanos.

Arzobispado de Buenos Aires, 20 de febrero de 2006

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