Un insólito destino sigue uniendo al Papa reinante y al Papa emérito. Para ambos, el primer viaje internacional del pontificado coincide con una Jornada Mundial de la Juventud, destino que no dependió de su propia decisión sino que ya lo había fijado su antecesor. Colonia (18-21 de agosto de 2005) para Benedicto. Río de Janeiro (22-28 de julio de 2013) para Francisco. La casualidad o los hechos quisieron también que para los dos papas el primer viaje fuera de Italia tuviera el sabor de una vuelta a casa. Para Raztinger a su tierra natal, Alemania. Para Bergoglio a la “patria grande” de América Latina.
Y no es todo. Hay otro hilo, menos vistoso pero mucho más significativo, que une los destinos de Benedicto y de Francisco en este viaje a Río. Un hilo que es un lugar, Aparecida, el santuario mariano nacional de los brasileños. Antes de sumergirse en ese mar de multitudes de dos millones de jóvenes de todo el planeta, el 24 de julio Francisco irá a rezar delante de la imagen de la Virgen de Aparecida.
El Papa Ratzinger, el 13 de mayo de 2007, visitó ese mismo santuario durante su viaje apostólico a Brasil. En Aparecida estaba reunida la Quinta Conferencia General del Episcopado de América Latina y el Caribe. Benedicto pronunció el discurso de apertura y saludó fraternalmente a todos los obispos, entre los que se encontraba el Cardenal Jorge Mario Bergoglio. Esa asamblea fue la que consagró la figura del arzobispo de Buenos Aires como líder continental de la Iglesia Latinoamericana. Su reputación como hombre de Dios ya era conocida. Su forma de vida, el espacio que reservaba a la oración, su rechazo del lujo y la atención evangélica a los pobres, eran rasgos bien conocidos por sus hermanos en el episcopado. No es casual que muchos de ellos ya lo hubieran votado en el cónclave de 2005. Pero en Aparecida los obispos latinoamericanos (y no solo ellos) descubrieron también la capacidad “de gobierno” de Bergoglio.
Fue elegido para presidir la comisión encargada de redactar el documento final de la Asamblea. El cardenal jesuita no quiso partir de un texto previo, como se hacía en el pasado, sino que optó por un “método desde abajo”. Fue capaz de fundir armónicamente orientaciones y sensibilidades diferentes. Valorizó al mismo tiempo la devoción popular y las instancias más auténticas de la Teología de la liberación, depurada de la costra ideológica de los años ’70.
Es impresionante repasar la homilía que pronunció Bergoglio en Aparecida el 16 de mayo de 2007, después que partiera Benedicto XVI. Allí ya se encuentra todo el Papa Francisco: “El mismo Espíritu proyecta (la Iglesia) hacia las periferias, no solo las periferias geográficas, no solo las periferias del mundo conocido de la cultura, sino las periferias existenciales. El Espíritu es el que nos conduce, también nos lleva por el camino hacia toda periferia humana: la del no conocimiento de Dios de tanta gente, la de la injusticia, la del dolor, la de la soledad, la del sin sentido de la vida”. Conceptos que vuelve a afirmar, pocos meses después, en una de las rarísimas entrevistas, concedida a la revista mensual 30Giorni: “El Papa dio indicaciones generales sobre los problemas de América Latina y luego dejó libertad: ¡les toca a ustedes! Fue algo grande, de parte del Papa (…) El documento de Aparecida no se agota en sí mismo, no cierra, no es el último paso, porque la apertura final es sobre la misión. El anuncio y el testimonio de los discípulos. Para permanecer fieles hay que salir. Permaneciendo fieles se sale, éste es el corazón de la misión, y es lo que en el fondo dice Aparecida”.
Son expresiones y perspectivas que ahora nos resultan familiares. Los obispos latinoamericanos no solo confirmaron la fe límpida y la clarividencia “misionera” del cardenal Bergoglio sino que descubrieron también su capacidad de liderazgo, en el signo de la colegialidad. Los ecos de esta valoración sin duda llegaron hasta los palacios vaticanos, aunque no tomaron de sorpresa a Benedicto XVI.
No resulta aventurado afirmar que precisamente en Aparecida se oculta en parte el secreto de la elección de Bergoglio al solio pontificio. Fueron algunos cardenales brasileños, empezando por su amigo Claudio Hummes, arzobispo emérito de San Paolo, los primeros que promovieron su candidatura durante el último cónclave. Probablemente muchos recuerdan la foto de Francisco, después de la elección, en un mini bus junto con un grupo de alegres purpurados. Sentado a su lado estaba el cardenal de Aparecida, Raymundo Damasceno Assis. “En el momento en que tomaron esa foto –nos confió-, recordábamos con el nuevo Papa el clima fraterno que vivimos durante la asamblea de los obispos del continente, y precisamente lo estaba invitando a Aparecida para la Jornada Mundial de la Juventud”. Invitación que Francisco no podía rechazar.
Lucio Brunelli es vaticanista de la Rai Tg2