EL PAPA ME LLAMÓ POR TELÉFONO. Es más, me llamó dos veces. Me doy cuenta de que puede parecer poco humilde hablar así, pero para algo como esto no hay eufemismos…

Jorge Milia con el cardenal Bergoglio
Jorge Milia con el cardenal Bergoglio

… Es un privilegio que he recibido, y por eso creo que debo compartirlo con los que saben apreciarlo. Porque el bien, cuando se pone en común, se multiplica.

“¡Doce páginas! ¡Una carta de doce páginas!”- se lamentó, refiriéndose a una carta que le había escrito.

“Pero no podés negar que te hice reir…” – le contesté.

Se rió. Por alguna razón que nadie se explica, ni siquiera yo, todavía tolera mi prosa como hace tantos años, cuando éramos profesor y alumno. Le dije que había empezado a leer la encíclica Lumen Fidei y él rechazó cualquier mérito personal. Me comentó que Benedicto XVI había hecho la mayor parte del trabajo, que era un pensador sublime, no conocido o no comprendido por la mayoría de las personas.

“Hoy estuve con el viejo –lo llamó así, “el viejo”, a la argentina, con ese significado afectuoso que le damos a la palabra – y charlamos mucho; para mí es un placer intercambiar ideas con él”.

Y realmente cuando habla de Ratzinger lo hace con agradecimiento y ternura. A mí me da la impresión de alguien que ha vuelto a encontrar un viejo amigo, un ex compañero de colegio, de esos que uno se encuentra de vez en cuando, que a lo mejor estaban dos o tres años antes que nosotros y que de alguna manera admirábamos. Y ahora, probablemente, el tiempo ha limado y suavizado las diferencias.

“No te imaginás la humildad y la sabiduría que tiene ese hombre” – me dijo.

“Entonces mantenelo cerca tuyo…”, le contesté.

“No pienso renunciar al consejo de una persona así, ¡sería una estupidez de mi parte!”.

Le dije que la diferencia entre ellos era que a él la gente lo ve más humano, lo puede tocar, le puede hablar…

“¿Cómo que no? ¡Por supuesto que deben poder hacerlo! Yo tengo la obligación de escucharlos, de consolarlos, de rezar con ellos, de darles la mano para que sientan que no están solos…” – pero me aseguró que no fue fácil hacer que aceptaran eso muchas personas que lo rodean.

Se largó a reír de nuevo cuando le dije que si mis abuelos Carrara estuvieran vivos y supieran que lo estoy tuteando, dejarían de rezar por mí y pensarían que estoy perdido para siempre. Ellos tenían la idea de un Papa inaccesible, distante, la misma imagen que tenían de sus propios padres y abuelos.

Y después me repitió: «No fue fácil, Jorge, aquí hay muchos “dueños” del Papa, y con muchos años de servicio».

Después comentó que todos los cambios que introdujo le costaron un gran esfuerzo (y supongo que también enemigos…). El más difícil de todos fue no dejar que le manejaran la agenda. Por eso no quiso vivir en el Palacio vaticano, porque muchos Papas terminaron “presos” de sus secretarios.

“Yo decido a quién voy a ver, no mis secretarios… A veces no puedo ver a los que quisiera, porque tengo que ver a los que piden hablar conmigo”.

Esa frase me impresionó mucho. Yo, que no soy Papa y que no tengo el poder que tiene él, siento que se me acelera el corazón cuando espero a un amigo querido, y realmente no sé si le daría prioridad a otro en su lugar. En cambio él se priva del encuentro que quisiera para estar con quien lo necesita. Me dijo que los Papas estuvieron aislados durante siglos y que eso no es bueno. El lugar del Pastor está junto con sus ovejas… Después hablamos de dos o tres cosas personales.

Se preocupa como siempre por la situación del país y no podía creer que faltara trigo para el pan. Recordé, paradójicamente, esos versos que dicen: “No se puede morir de hambre/en la patria bendita del pan”. Él asintió con cierta amargura, pero no hizo comentarios sobre nadie.

Al final me pidió, como siempre, que rezara por él. La verdad es que seguíamos hablando y no quería ser yo el que diera por terminada la conversación, pero de pronto me dijo:

-Bueno, nos vemos, o mejor dicho, te voy a leer. Chau. Cuídense… y rezá por mi.

Me quedo con el teléfono en la mano. Y pienso: me llamó Francisco, me llamó el Papa. Estoy un poco confundido. Por suerte recuerdo sus palabras: “No te mandés demasiado la parte, Jorge, solamente te habló un amigo.”

*Periodista, escritor y ex alumno de Bergoglio 

Traducción del italiano de Inés M. Giménez Pecci – © TERRE D’AMERICA

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