Orlando Márquez no es un laico cualquiera. Dirige la revista “Palabra Nueva” de la arquidiócesis de La Habana, la página web (aunque también hay una edición impresa) que –recuerda- “dio a conocer al mundo el manuscrito con las consideraciones del Papa Francisco sobre la Iglesia y el papado, texto que él mismo entregó al cardenal Jaime Ortega después de hablar a los cardenales reunidos en la Congregación General y que, probablemente, fue decisivo para su elección como sucesor de Benedicto XVI”. Las palabras de Orlando Márquez tienen peso y se leen con atención en los círculos de poder de Cuba. Y en efecto, se expresa con mesura. Las que escribió en el último editorial de “Palabra Nueva” dieron qué hablar. El tiempo pasa, implacable, y las reformas son demasiado tímidas, las resistencias se coagulan y amenazan con frenar las pocas transformaciones que se han puesto en marcha y a las que ha apostado la Iglesia cubana. Éste es el núcleo de su pensamiento y es sabido que no representa solo una opinión personal, sino el del cardenal de La Habana, Jaime Ortega y Alamino, y una parte considerable de la Iglesia cubana.
Usted afirmó en un artículo que: “este proceso de reformas o actualización debería avanzar con pausas, sí, pero con celeridad, sin titubeos”. ¿Qué quiso decir con ello?
La fórmula oficial, que el presidente Raúl Castro ha repetido varias veces, es avanzar en el proceso de reformas “sin prisa pero sin pausa”. Es comprensible. Resulta peligroso improvisar reformas si no se crean determinadas condiciones que las faciliten. Por otro lado, él desea implementarlas con el mismo equipo de gobierno que funcionaba antes de emprender los cambios. No es imposible, pero tampoco es fácil.
¿Por qué tiene dudas?
Yo no dispongo de la información con que cuenta el presidente, pero pienso que es más peligroso demorar las reformas. Tenemos delante un precipicio. Desde el primer discurso de Raúl Castro como presidente interino, en julio de 2007, la gente sintió que hablaba de las cosas que quería que se hablaran: de la escasez de recursos, de viviendas, de alimentos –aclaró que en Cuba nadie muere de hambre, pero un elevado porcentaje no come lo suficiente-, de la mala administración de los recursos, de una burocracia perniciosa, de la corrupción, de errores relacionados con el conflicto con Estados Unidos y de otros que no tienen nada que ver con el conflicto, etc. Todo eso creó muchas expectativas en una población preparada y adiestrada para una vida de mejor calidad, a la que se le han pedido demasiados años de sacrificio y de espera, que envejece rápidamente y que pierde cada año decenas de miles de jóvenes que sienten que no hay presente ni futuro para ellos en este país. Es cierto que las pretensiones de los ciudadanos por lo general superan las posibilidades de la realidad, pero la gente necesita constatar una mejoría real en su vida espiritual, en su casa, en su familia. Cuanto mayor sea el número de cubanos beneficiados, mayor será la confianza en las reformas. Y esa mejoría también será crucial para el necesario recambio político en el país.
De los cambios que comenzaron en Cuba con Raúl Castro, ¿cuáles le parecen más importantes, más transformadores?
Que se haya autorizado el trabajo privado y la libre contratación de personas es muy importante. Y no solo porque el Estado se libera de la pesada carga que representa el distorsionado y falso “pleno empleo”, que garantizaba, sí, empleo a todos, pero a costa de mantener ocho personas donde solo hacían falta dos. Trabajando en una pequeña empresa privada como simple asalariado, una persona gana mucho más, se encuentra en mejores condiciones y aprende a valorar su propio trabajo. Es la primera vez que le escucho decir a un joven que tiene un negocio propio, que está considerando no emigrar. Y eso es fundamental. También la eliminación de lo que se llamaba “permiso de salida”, o sea la autorización para viajar al exterior, ha sido un salto muy positivo en todo este proceso. Negar el derecho soberano de las personas a entrar o salir de su propio país, común a todos los regímenes socialistas de tipo soviético, es algo injusto e injustificado, especialmente cuando hay tantos emigrados como en Cuba. Desde mi punto de vista, con la eliminación del permiso de salida al exterior ha caído un pesado muro de vergüenza e injusticia.
Usted habla de cambios que se deben acelerar, ¿a cuáles se refiere?
A todos los que hagan más fácil y normal la vida de los cubanos, a los que contribuyan al crecimiento y a la prosperidad económica de las personas y del país, aunque sé perfectamente que no puede venir todo de golpe. Todavía hay fuertes prejuicios contra las personas que pueden lograr ingresos más elevados, existe el temor de que surja una clase media rica, y se privilegia la economía de tipo estatal centralizada que ha generado ilegalidad y enriquecimiento ilícito, además de ser poco productiva. Yo creo en la función social de la riqueza, creo en el rol insustituible del Estado y que hay sectores que el Estado debe controlar, creo que los más aventajados deben ayudar a los que son menos aventajados; también creo que se debe hacer todo lo posible para preservar la salud y la educación de todos, pero sin recursos económicos eso puede retroceder. Sin duda el embargo de Estados Unidos suma obstáculos injustos al comercio o las inversiones, pero hay otras variantes de mercado y de inversión que el país podría explotar mejor si se dejara de lado el prejuicio contra el mercado y el miedo a los inversores, sean cubanos o extranjeros.
¿Qué le hace pensar que los cambios que se están verificando en Cuba son irreversibles?
No sé si serán irreversibles, porque en estos asuntos es mejor no ser categóricos, pero deseo y espero, como la mayoría de la población, que no se vuelva atrás. El problema, por un lado, es que no resulta claro hasta dónde deben llegar los cambios. Por otra parte, si se mantienen intactas ciertas concepciones y estructuras políticas típicas del modelo soviético, que condujeron a la crisis actual, es inevitable que surjan, dentro del mismo gobierno cubano, sectores contrarios a las reformas. Y estos sectores burocráticos, aunque no consigan revertir el proceso de reformas, sí pueden interrumpirlo, distorsionarlo o detenerlo. El mismo presidente Raúl Castro ha dicho que, o cambiamos o vamos directo al precipicio; pero algunos no lo comprenden, o tal vez lo comprenden, pero les preocupa más perder su poder político que el progreso de la nación. No digo que la reforma sea imposible, al contrario, creo que es posible y conveniente, pero todavía enfrenta muchas dificultades, y en las decisiones concretas que se van tomando, la mayoría de los cubanos aún no tiene un peso significativo.
¿Cómo se ve el Pontificado del Papa sudamericano desde Cuba, país del Caribe con una historia tan particular?
Para nosotros, lo mismo que para el resto del mundo, fue una gran sorpresa, una enorme alegría, recibir la noticia de que la Iglesia tenía un Papa latinoamericano. Si bien está al servicio de la Iglesia universal, el papa Francisco lleva a Roma el sello de una experiencia eclesial y humana particular, no tan antigua como la de Europa pero que en cinco siglos solamente debió sintetizar toda la cultura universal y dio un impulso original a la evangelización. También los cubanos no católicos recibieron la noticia con satisfacción. Esperamos ansiosamente las decisiones del Papa Francisco con respecto al funcionamiento de la estructura de la Iglesia, una reforma que debe facilitar su misión y poner en el centro lo que es verdaderamente importante: la evangelización dentro del contexto donde vive la Iglesia.
En el último número de “Palabra Nueva”, usted habla de la importancia del tiempo. El Papa Francisco afirmó que “El tiempo… siempre es superior al espacio. El espacio cristaliza los procesos; el tiempo, en cambio, los proyecta hacia el futuro e impulsa a caminar con esperanza”. Lo decía en la Lumen Fidei y ahora lo repite en la Evangelii Gaudium. ¿Cómo entiende este principio en relación a Cuba?
Es muy interesante esa reflexión del Papa, para referirse a la cuestión social. Distingue entre el momento como espacio y el tiempo como infinito. El tiempo nos hace mirar más allá del momento y el espacio que ocupamos. Esto rompe la idea de que, con nosotros, se alcanza la plenitud y la perfección social. A veces los políticos –se ve a simple vista- tienen un enfoque y una manera de actuar equivocados, por miedo a perder el poder o la popularidad si se quedan en lo inmediato y cristalizan o detienen los procesos sociales. El Papa tiene razón cuando nos dice que eso es fundamental en la construcción de un pueblo. Dar prioridad al tiempo no niega el contexto y el momento presente, sino que más bien amplía sus límites, dinamiza y hace avanzar los procesos involucrando a un mayor número de personas, porque un pueblo no alcanza nunca la plenitud, sino que ésta se construye constantemente con cada generación, y eso lo hace avanzar y progresar. También lo decía el Papa Benedicto XVI: “Siempre hay que empezar de nuevo”. Esta idea puede iluminar el proceso de reformas que hoy está en curso en Cuba y es válido para cualquier época o lugar.
Cuba ha tenido el privilegio de dos visitas pontificias en menos de quince años. ¿Considera que puede haber una tercera?
Puede ser, ¿por qué no? Aunque no sé si será dentro de cinco o de setenta años. Lo importante es sentir, conocer y hacer vida la cercanía del Papa y el vínculo con la Iglesia universal, y dejarle a Dios el ser Dios.