Debe su popularidad a la revolución sandinista, que venció en 1979, a la que apoyó desde el principio y de la que fue ministro durante el primer gobierno de los sandinistas. Pero también debe su popularidad a la advertencia de Juan Pablo II, que en marzo de 1983 lo reprendió a él y a su hermano Fernando en el aeropuerto de Managua, recién rebautizado Augusto César Sandino. La fotografía de Ernesto Cardenal arrodillado ante el Papa que lo amonestaba con el dedo índice dio la vuelta al mundo. Y también lo que sucedió en la plaza de la revolución de Managua después de ese encuentro: cientos de miles de personas y el coro sandinista se reunieron delante del altar, hecho que fue sabiamente amplificado por el sistema televisivo, que repetía: «entre cristianismo y revolución no hay contradicción», célebre eslogan acuñado justamente por Cardenal.
Han pasado 30 años desde entonces y, al verlo hoy (con 88 años, su caminar lento acompasado por el bastón, encorvado y con la melena blanca despeinada bajo la boina negra a la Che Guevara) se diría que el aislamiento en la isla de Solentiname, en el Lago Nicaragua, no le ha preservado de la corrupción de los años. Pero es una impresión exterior, porque después de escuchar sus primeras palabras, se comprende que Ernesto Cardenal no ha cambiado nada.
Entre cristianismo y revolución no hay, efectivamente, contradicción ninguna, repite impertérrito: «No son la misma cosa, pero son perfectamente compatibles. Se puede ser cristiano y marxista o científico», insiste. Tampoco oculta su sorpresa por la elección de un Papa de su misma región. «Acababa de llegar a Mendoza, en Argentina, en abril, cuando un periodista me preguntó qué me parecía el Papa argentino. No podía creerlo y le pedí tres veces que me dijera quién estaba hablando», recordó. «No me esperaba un Papa de este continente, un Papa revolucionario en este momento y, además, elegido por un colegio de cardenales conservador».
Y Ernesto Cardenal no tiene ninguna duda de que con él, con Francisco, las cosas cambiarán profundamente. Han cambiado, dice, están cambiando. «Al principio no creí que pudiera hacer lo que está haciendo… algo verdaderamente increíble, porque está poniendo todo al revés. O mejor, en su lugar, en donde deben estar… Los últimos serán los primeros, eso es lo que está haciendo Fracnisco». Sobre Cardenal pesa todavía la suspensión “a divinis” que decidió el cardenal Ratzinger cuando era Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Pero la cosa no le preocupa.
«La prohibición es para administrar los sacramentos, y yo no me hice sacerdote para administrar sacramentos y pasármela celebrando bautismos y matrimonios, sino para ser contemplativo». Ernesto Cardenal vive en la comunidad contemplativa de Solentiname, en Nicaragua, misma que fundó en los años 70 con Thomas Merton.
¿Y si el sucesor de Benedicto XVI, ese “Papa revolucionario” a quien elogia, quitara la suspensión? El “poeta de la Teología de la Liberación, como se le conoce, no estaría muy contento: «de hecho, me complicaría la vida…». El que sí recibirá Ernesto Cardenal es el grado de “Oficial de la Legión de Honor” de Francia, el próximo lunes, de manos del embajador en Nicaragua, Antoine Joly, en una ceremonia especial ante el cuerpo diplomático, familiares y amigos del poeta.