El primero fue Nicolás Maduro, el presidente de Venezuela que sucedió a Chávez, quien anunció con un tuit que se uniría al ayuno del Papa: “¡¡¡No más muerte, no más guerra!!!”. Evo Morales, siguiendo la corriente, se sumó a sus pares latinoamericanos y lo declaró tanto públicamente como al Papa en persona, durante la visita de ayer en el Vaticano.
Puede ser que otros presidentes latinoamericanos se sumen también al ayuno de hoy, uniénsode a los católicos de sus países que seguirán el llamado del Papa. Pero podrían hacerlo en privado, sin dar ningún anuncio público que dé al gesto el peso de una política de estado. El presidente de Uruguay, Mújica no habló de ayuno pero sí usópalabras comprometidas a favor de la iniciativa papal y expresiones muy duras en contra de la amenaza de Obama.
“Tiene infinitas razones Papa Francisco”, dijo Mújica. “Es imposible apagar una guerra con más guerra… supuestamente justa”, añadió retomando las palabras del Papa argentino, hacia quien ha dado muestras de sintonía durante estos meses. Después esgrimió sus argumentos en contra de la guerra: cualquier intento para imponer la democracia occidental a cañonazos fracasó Asia Menor y en el mundo árabe, y ha acabado siempre provocando grandes genocidios. El único bombardeo admisible en Siria es “de leche en polvo, galletas y alimentos, no de armas”, concluyó el presidente socialista de Uruguay.
También Cristina Fernández retomó explícitamente el llamado del Papa, su compatriota, para repudiar una intervención militar que sería “nefasta: no hay nada peor que la guerra”, advirtió ante los potentes del G20 reunidos en San Petersburgo; sin embrago, la presidenta no dijo nada sobre el ayuno.
Otra mujer, otra presidenta de peso, Dilma Rousseff, contrariada por el espionaje estadounidense en Brasil, insistió en la postura de su gobierno en contra de la intervención militar.
El ecuatoreño Rafael Correa se puso de parte de los que se oponen a la intervención, aunque sea solo punitiva, así como los presidentes Ollanta Humala, de Perú, y Sebastián Piñeira, de Chile (este último es muy cercano a las posturas de Obama sobre otros argumentos de política exterior). La postura del presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, era de esperarse, así como la de Raúl Castro y su hermano, que ven en la acción bélica “un paso hacia el genocidio del mundo árabe”. Otros presidentes centroamericanos, el hondureño Porfirio Lobo y el salvadoreño Mauricio Funes, se pronunciaron en contra de la intervención. En Costa Rica la opinión que impera es la del Premio Nobel de la paz y ex presidente de la República, Óscar Airas, claramente contra la guerra.
Los bloques regionales latinoamericanos reflejan las posturas hasta ahora indicadas de cada uno de los países que los conforman. La ALBA, Alianza Bolivariana para América Latina y el Caribe, denunció con vehemencia el intervencionismo de los Estados Unidos en Siria. El Mercosur ya expresó su rechazo a la intervención, así como el Secretario general de la OEA (Organización de Estados Americanos), el chileno José Miguel Insulza. También la condena de la Unasur tiene bastante peso, expresada tras un encuentro en Surinam.
La postura de Juan Manuel Santos, en nombre de Colombia ha sido mucho más ambigua. El presidente colombiano se manifestó a favor de castigar al régimen de Damasco después de una nueva investigación sobre el uso de armas químicas. El México de Enrique Peña Nieto reclama, en cambio, una intervención militar “importante y urgente” si se deuestra el uso de las armas químicas. Abiertamente a favor de esta posibilidad bélica, los presidentes de Panamá, Ricardo Martinelli, y de Guatemala, Otto Pérez Molina, cuyo canciller Fernando Carrera declaró a una cadena televisiva que su país apoya las posturas de Estados Unidos sobre Siria: “Me parece el colmo del absurdo ayunar por temor de una guerra justa, cuando la guerra civil está en curso”.