“Balconear”, en el lunfardo argentino literalmente quiere decir “mirar desde bel balcón”. Es una actitud puramente curiosa, sin participación, como un espectador de los demás que no participa de lo que está viendo. Siempre tiene un comentario crítico sobre lo que no le gusta o le parece mal, pero no se mezcla con la gente. En los años de nuestra adolescencia y anteriores; en aquellos mismos que el Maestrillo Bergoglio era nuestro profesor, nuestro Colegio de la Inmaculada Concepción de Santa Fe participaba, especialmente, en la procesión de Corpus Christi, junto a otros colegios católicos y la feligresía en general. En esa procesión que discurría por el centro de la ciudad en un largo recorrido, era típico ver muchos balconeros. En algunas casas, alguna imagen y un par de velas centraban la atención sobre una familia que se dedicaba a saludar a los procesionantes y hacer comentarios entre ellos. En ciertas zonas, una o dos casas por cuadra mostraban a un grupo curioso dedicado a la misma práctica. A mí me extrañaba un poco porque mis abuelos maternos, los que aún vivían, aún veteranos y algo achacosos se incluían entre los miembros de su parroquia y no consideraron nunca la idea de balconear.
Hablando con un cura del colegio me dio una definición sencilla: “Son viejas teñidas de fe. La fe no se vive desde el balcón, sino caminando”. Una frase que volvería a mi memoria haciendo el Camino de Santiago en 2010 y que remite a una Iglesia en marcha.
Cuando dijo: “No dejen que otros sean los protagonistas del cambio, ustedes son los que construyen el futuro”, me sentí joven yo también y pensé en lo bueno que era que esa juventud expectante lo comprendiera y en treinta o cuarenta años recordara sus palabras y analizara los resultados. Luego sentí esa ternura y admiración por el amigo al ver que “le saltaba el porteño que
lleva adentro” cuando les insistió a los jóvenes con eso de: “No balconeen la vida, métanse en ella, como hizo Jesús”.
Para Francisco – y es difícil que alguien no lo entienda – el cristiano es un protagonista, no un espectador. En poco tiempo nos ha demostrado que desde el único balcón que se puede participar es aquel de la logia, en que una tarde lluviosa se asomó un Papa del fin del mundo y saludó a quienes lo esperaban con un simple: “Buona sera” se ganó el corazón del mundo pidiendo que recen por él…
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